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COMENTÁRIOS DA LIÇÃO DA ESCOLA SABATINA

SEGUNDO TRIMESTRE DE 2021


Capítulo 7

LA REDENCION Y EL PACTO EN EL SINAÍ

Comenzamos nuestro viaje a las dos de la madrugada, en medio de la oscuridad de la noche. El desierto estaba frío, en contraste con el calor abrasador del día anterior. Linternas en mano, comenzamos nuestro ascenso a la montaña conocida como Gebel Musa, "la montaña de Moisés". A medida que íbamos avanzando lentamente, recordábamos cómo, en algún momento lejano de la historia, Moisés dejó atrás a los hijos de Israel y subió por estas montañas para encontrarse con Dios por segunda vez. Después de dos horas de ascenso, llegamos a lá cima y esperamos en silencio en la oscuridad a que se produjera la transformación. Cuando los rayos del sol fihalménte iluminaron las montañas del desierto, pudimos, presenciar la espectacular escena que Moisés contempló hace .muchos siglos.

La actividad de Dios para y con Israel en el monte Sinaí constituye el fundamento de toda la religión bíblica. El pacto que Dios hizo con Israel en ese lugar, conocido como pacto mosaico o pacto del Sinaí (pacto sinaítico), contiene la revelación más completa que Dios hace de sí mismo, por medio de la cual nos comunica el significado de su nombre salvador, codifica sus leyes y establece formas de adoración, incluidos los sacrificios, con el propósito de mantener a la comunidad del pacto en una relación con él. El pacto del

Sinaí es importante tanto para Israel como para la humanidad en su conjunto.

Una pregunta importante que podría surgir es si el pacto del Monte Sinaí es totalmente nuevo. En lugar de describirlo como nuevo, deberíamos considerarlo esencialmente la continuación, ampliación y particularización de los pactos anteriores de Dios, que contienen esencialmente el mismo designio, propósito y objetivo para la redención de Israel y la humanidad que los pactos anteriores. *

El pacto del Sinaí (o pacto mosaico) no era un pacto basado en obras. No tenía la intención de enseñar a los antiguos israelitas cómo lograr la justicia o la justificación por medio de sus propios méritos o por el esfuerzo humano de guardar la ley. Al igual que el pacto que Dios hizo con Abraham y los otros patriarcas, también es un pacto de gracia. De hecho, exige obediencia; pero el pacto con Abraham también exigía obediencia, al iguál que el pacto anterior con Noé. Pero la obediencia, en relación con los pactos que Dios ha hecho, no es una forma de obtener la salvación, sino más bien una forma de vida que deben llevar los redimidos por medio de la gracia y el poder habilitadores de Dios.

Las obligaciones o las condiciones que Dios impone a los miembros de la comunidad del pacto describen simplemente la forma de vida de la comunidad una vez que sus miembros han experimentado la redención, la salvación y la liberación de Dios. Esta forma de vida podía ser cumplido en ese momento, al igual que hoy, solo mediante la gracia habilitadora y el poder de Dios. Si tratamos de vivir de esta manera únicamente por el esfuerzo humano, nuestros esfuerzos se deterioran y se convierten en intentos de obtener méritos humanos, que es precisamente el tipo de mérito que Dios no acepta en su plan de redención. El siguiente pensamiento lo resume claramente: "El pacto que Dios hizo con su pueblo en el Sinaí ha de ser nuestro refugio y defensa [...]. Este pacto tiene tanta fuerza hoy día como la tuvo cuando el Señor lo hizo con el antiguo Israel".1

EL DIOS DEL PACTO DEL SINAÍ

Éxodo 19 al 24 no solo contiene el pacto que Dios hizo con el pueblo de Israel después de que salieron de Egipto, sino también conocimientos extraordinarios sobre la naturaleza de Dios.2 Revela que el Dios que participa activamente en la salvación también es el Dios que tiene el control de la historia. Esta imagen que la Biblia nos presenta de Dios lo retrata como el controlador invisible de toda la historia y las circunstancias. Este Dios que se manifiesta en los primeros capítulos del Éxodo es el Dios que controla todas las circunstancias de la vida; no meramente los momentos culminantes del curso de la historia, sino cada detalle de la vida de todas las personas. Él es quien dirige todos los acontecimientos y se muestra a sí mismo como el poder invencible detrás de la historia. Este control por el bien supremo de sus hijos es parte de la actividad salvífica de Dios y su amorosa providencié, manifestada en el libro del Éxodo.

La asombrosa experiencia de la zarza ardiente, registrada en Éxodo 3:1 al 1Í2, contiene el llamado que Moisés recibió para convertirse¡ en el instrumento de Dios con el objetivo de negociar la liberación de los israelitas de la esclavitud egipcia. Dentro de este marco, Moisés le pregunta a Dios qué debía responder cuando Israel le preguntara: "¿Cuál es su nombre?" (Éxo. 3:13). Descubriremos la importancia de esta pregunta solo después de que entendamos el contexto y analicemos la respuesta.

Cabe señalar que la palabra traducida en este pasaje como "cuál" no buscaba el título o la designación de la deidád en el sentido de saber meramente su nombre. Si solo pidiera el nombre, el hebreo usaría el término interrogativo mi, que si se usara en este pasaje, simplemente se habría referido al nombre o título literal de Dios. Pero en la pregunta que planteó Moisés, se usa el término interrogativo mah, que implica querer saber más sobre el poder, las cualidades y el carácter de Dios. "Lo que Moisés pregunta, tiene que ver más bien con el hecho de si Dios puede cumplir lo que promete. ¿Qué hay ¡en su reputación que haga creíble su supuesto llamado?"3 El lector sensible a los matices del idioma hebreo comprenderá inmediatamente que la respuesta que busca la pregunta no es un nombre, un título o una designación, sino más bien el significado del nombre de Dios: "Yo soy el que soy" (Éxo. 3:14).

Esta pequeña frase: "Yo soy el que soy", hace claramente referencia al nombre Yahveh, pero la oración le da un nuevo sentido a la palabra. Establece el significado del nombre de Dios de una manera jamás revelada. La frase expresa el "ser", pero no como los antiguos filósofos griegos expresaban el "ser puro" en el sentido filosófico, sino más bien el "ser activo" en términos de revelación. La frase también expresa la idea de que Dios ha estado en el pasado, está en el presente y estará en el futuro.

Él es el Dios de las iniciativas. Ya vimos cómo Dios tomó la iniciativa en la creación y cómo tomó la iniciativa una vez que la humanidad cayó en pecado, actuando para restablecer la comunión con la humanidad. Ahora Dios vuelve a tomar la iniciativa. Es un Dios independiente de la historia que, sin embargo, tiene el control de la historia. Es independiente del futuro y, sin embargo, lo controla.

Ahora bien, hay otro aspecto fundamental de la naturaleza y el carácter de Dios que le fue revelado a Moisés, según se registra en Éxodo 6:28. En este pasaje, Dios dice que, antes de Moisés, él no se había dado a conocer por el nombre de Yahveh. ¿Qué quiere decir esto? En el libro de Génesis, Dios se había revelado repetidamente bajo el nombre Yahveh (Gén. 12:1,7; 13:14; 15:2,7), incluso declarándole explícitamente a Abraham: "Yo soy el Señor [Yahveh]" (Gén. 15:7, NVI). ¿Qué significa esta declaración que Dios le hace a Moisés?

Durante toda la experiencia que condujo al Éxodo y las secuelas relacionadas con él, Dios intentó revelar un aspecto de su carácter adicional al expresado en ocasiones anteriores como "Dios Todopoderoso": "Me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como El-Shaddai, 'Dios Todopoderoso', pero a ellos no les revelé mi nombre: Yahveh" (Éxo. 6:3, NTV). Lo que Dios nos está diciendo aquí es que él se mostró a Abraham, Isaac y Jacob en el carácter y significado del Dios Todopoderoso, pero no se había dado á conocer previamente en el carácter y significado de tu nombre Yahveh. Este nuevo aspecto del carácter de Dios significa que él se revelará por medio de la redención: al liberar a Israel de la esclavitud, al hacerlos el pueblo especial del pacto y al proporcionarles los medios para que siguieran siendo el pueblo del pacto por medio de su gracia y su poder.

LA REDENCIÓN Y EL PACTO

El gran acontecimiento redentor de la experiencia del Éxodo, el acto de Dios de liberar a su pueblo de la subyugación egipcia, se considera uno de sus mayores actos de amor. "Con tu amor inagotable guías al pueblo que redimiste" (Éxo. 15:13, NTV). "Él ama verdaderamente a su pueblo" (Deut. 33:3, NTV). A Israel se le recordó: "El Señor te ama" (Deut. 7:8, NTV). Pero Dios no solo ama a Israel o a cada miembro de los que pertenecieron a Israel: también ama al forastero o al extranjero que vive en medio de ellos (Deut. 10:18). El amor de Dios por su pueblo, como se expresa aquí, no describe una actitud emocional o intelectual, sino su actividad salvadora y redentora hacia la humanidad.

En su amor, Dios escoge o elige a Israel. Se trata de un acto de la bondad y el amor de Dios, al igual que en los pactos anteriores que hizo con los patriarcas. La elección de Israel por parte de Dios no estuvo jamás determinada por ninguna características o excelencia de Israel, sino más bien, basada total y fundamentalmente en el amor y la gracia inmerecidos hacia ellos (Deut. 4:37; 7:6-8). El acto redentor de Dios descansa únicamente en su naturaleza y es una revelación parcial de su carácter.

En la historia de la liberación de Israel de Egipto, la experiencia de la redención precede a la celebración del pacto. En otras palabras, la relación entre el pacto y la redención es inequívoca: la redención precede al pacto. Dios le pidió a Moisés que le dijera al pueblo: "Ustedes han visto lo que yo hice con los egipcios, y cómo los he traído a ustedes a donde yo estoy, como si vinieran sobre las alas de un águila" (Éxo. 19:4, DHH). El punto es que Dios ya había redimido a Israel. Los liberó de la esclavitud egipcia como un acto de gracia y de amor divino. El amor, la elección y la redención son regalos de Dios totalmente inmerecidos por su pueblo.

Sin embargo, no queremos dejar la impresión de que en esta secuencia de la redención seguida por el pacto los dos están separados, ni de que el pacto no es también un acto de redención. Por el contrario, entablar un pacto como el que Dios hizo con Israel en el monte Sinaí, también es un acto de la iniciativa divina en la redención. Dios primero redimió a su pueblo liberándolo de la esclavitud y la servidumbre egipcias; luego, Dios participó en otro acto de salvación y redención al hacer un pacto con ellos. En todos los aspectos, el amor de Dios, su iniciativa, su misericordia y su plan redentor, totalmente iniciado y basado en Dios mismo, se encuentran en el primer plano.

Hay un aspecto adicional que debemos mencionar brevemente. Dios había amado sobremanera a Israel como pueblo, lo había elegido soberanamente y lo había redimido milagrosamente. Y Dios hizo todo esto en cumplimiento del pacto abrahámico (Éxo. 2:24; 3:16; 6:4-8; Sal. 105:8-12,42-45; 106:45). Esta correlación nos indica que el pacto del Sinaí y el pacto con Abraham no divergen demasiado el uno del otro. El pacto con Abraham no se puede catalogar como un pacto de gracia y el pacto del Sinaí como un pacto de obras. Tanto el pacto del Sinaí como el de Abraham son pactos de gracia; ambos giran en torno a la misma relación espiritual: "Los tomaré a ustedes como pueblo mío, y yo seré su Dios. Así sabrán que yo soy el Señor su Dios, que los libró de los duros trabajos a que háfcían sido sometidos por los egipcios" (Éxo. 6:7).

"SI ME OBEDECEN"

Cuando Israel llegó al monte Sinaí, ya habían experimentado múltiples intervenciones milagrosas de Dios a su favor. Fueron liberados de la esclavitud egipcia sin haber tenido que luchar por su libertad. Dios era su Guerrero: Dios los había llevado hasta el Mar Rojo y los hizo atravesar el mar en seco. Dios los había salvado de una posible calamidad. Les había provisto comida milagrosamente en el desierto (Éxo. 16). Evitó que sus sandalias se desgastaran mientras caminaban sobre las ásperas piedras del desierto (Deut. 29:5). Dios los guio paso a paso.

Ahora, después de llegar al monte Sinaí, Dios le propuso a Israel hacer un pacto con ellos: "Ahora bien, si me obedecen y cumplen mi pacto, ustedes serán mi tesoro especial entre todas las naciones" (Éxo. 19:5, NTV). Israel había llegado muy lejos gracias a los portentosos actos de Dios en la historia, pero ahora tenían que decidir la naturaleza y la dirección de su propio futuro. ¿Intentarían actuar solos de allí en adelante? ¿Decidiría ahora el pueblo de Israel enfrentar al mundo mediante sus propios esfuerzos? ¿Decidirían regresar a la "seguridad" de Egipto, como sugirieron algunos dentro de sus filas? ¿O jurarían lealtad a Yahveh, su Dios salvador? Evidentemente, una cosa era ser liberados de la esclavitud y otra muy distinta permanecer libres espiritualmente, físicamente y de cualquier otra manera. Esta importante elección fue la propuesta que Dios presentó ante su pueblo. ¿Qué camino elegirían tomar?

El pacto que Dios les ofreció establecería la relación más profunda e íntima posible entre él como su Dios y ellos como su pueblo. Esta sublime relación entre Dios y los seres humanos debía dar al pueblo de Israel seguridad, protección y bendición en todos los aspectos de la vida. Al pueblo de Israel se le ofreció la libertad en el sentido más completo y abarcante: no estarían sujetos al egoísmo, a la codicia, a las pasiones; no lucharían por la autonomía moral o espiritual, sino que vivirían plenamente con Dios; gozarían de una vida llena del más profundo sentido de pertenencia. Pero esta libertad integral exigía que entablaran un pacto con él; un pacto de salvación y gracia, por medio del cual podrían continuar funcionando de una manera única, totalmente libre y completamente dedicada a su Señor.

Antes de analizar la respuesta de Israel, veamos brevemente los tres aspectos que el pacto del Sinaí reveló sobre el diseño, el propósito y el plan de Dios para ellos: "Ahora bien, si me obedecen y cumplen mi pacto, ustedes serán mi tesoro especial entre todas las naciones de la tierra; porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán mi reino de sacerdotes, mi nación santa" (Éxo. 19:5,6, NTV). ,

Primero, Dios planeó hacer de Israel su posesión preciada, su "tesoro especial" (NTV) o su "propiedad exclusiva" (NVI). En estos textos se intenta traducir de manera precisa al español el término hebreo segullah, una palabra especial que se usa continuamente en el Antiguo Testamento para expresar el concepto de Israel como una elección o posesión preciada. A diferencia de otros tipos de posesiones, a saber, las que no se pueden mover, como los bienes raíces, Israel se convirtió por medio del amor y el afecto de Dios en su tesoro itinerante. Israel es propiedad de Dios, adquirida personalmente y atesorada en privado. Dios apartó a Israel para un propósito único (Deut. 7:6; 14:2; 26:18,19). El concepto de tesoro especial implica un valor y una relación únicos.

Segundo, y estrechamente relacionado con el primer aspecto, Dios quería hacer de Israel un reino de sacerdotes. Aunque algunos, intérpretes sugieren la traducción "sacerdotes reales" o "sacerdotes del reino", la expresión hebrea traduce literalmente "reino de sacerdotes". Este propósito expreso parece Comunicar que Israel funcionaría como un reino formado por sacerdotes. La elección particular de Dios de un pueblo, en este caso Israel, conllevaba un propósito de importancia y proporciones universales. Cada israelita, de una manera u otra, debía actuar como un agente sacerdotal de Dios para traer bendiciones a las naciones del mundo entero y atender sus necesidades.

¡Qué trágico resulta comparar este ideal con la forma en que realmente se desarrolló la historia! El antiguo Israel jamás cumplió su destino divino de convertirse en un "reino de sacerdotes". Más tarde, el apóstol Pedro aplica la misma frase (i Ped. 2:9) a la iglesia del Nuevo Testamento, y con las mismas implicancias. ¿Qué podemos decir de la historia actual? ¿Estamos cumpliendo mejor nuestra tarea como pueblo escogido de Dios de compartir el mensaje salvador del cielo?

El tercer aspecto expresado en el pacto que Dios le propuso a Israel fue el plan de que se convirtieran en una "nación santa". Solo una vez en el Antiguo Testamento Dios declara así su propósito. Nunca más volvemos a.encontrar en el Antiguo Testamento una referencia a Israel como una "nación santa", aunque más adelante en Deuteronomio encontramos varios casos de la expresión modificada como "pueblo santo", "pueblo sagrado", o "pueblo consagrado" (Deut. 7:6; 14:2,21; ¡26:19; 28:9).

El que Israel fuera una nación santa en lugar de una nación secular se basaba en la promesa y el propósito de Dios de santificarlos, separándolos de las naciones circundantes. El Israel del pacto sería principalmente una entidad religiosa. La terminología del pacto que Dios hizo con ellos hace hincapié en que él los santificaría. Este hincapié lo vemos particularmente en Levítico 19:2 y Ezequiel 36:25 al 28. Como Dios es santo, su pueblo también debe ser santo; es decir, debe vivir de manera santa. En Deuteronomio 26:19, el Señor declara: "Serás una nación consagrada al Señor tu Dios" (NVI). La obediencia a los mandamientos de Dios incluidos en los términos del pacto, se revela aquí como el resultado más que como la condición de ser un "pueblo santo". El Señor planeó establecer a Israel "como su pueblo santo" (Deut. 28:9, NVI; compárese con 7:6-9) con la condición de que guardaran sus mandamientos. Pero es Dios mismo el que posibilita la observancia de los mandamientos y la obediencia continua mediante la promesa del pacto de santificar a su pueblo. Él los separó del mundo y los separó para sí mismo, y habita en ellos por medio de su Espíritu. En este sentido, la santidad no es algo que podemos alcanzar por nuestros propios medios y capacidades, sino algo que recibimos y que reflejamos en nuestra vida cotidiana de fe y obediencia después de haber sido llamados a ser un pueblo santo.

"HAREMOS TODO"

Dios había invitado a Israel a ser el pueblo del pacto. Les ofreció un pacto de gracia. ¿Cómo responderían ellos? "Y todo el pueblo respondió a una voz: 'Haremos todo lo que el Señor ha ordenado'" (Éxo. 19:8, NTV; compárese con Éxo. 24:3).

Israel prometió solemnemente al Señor serle obediente y hacer todo lo que él había dicho. ¿Tenía algo de malo su respuesta: "Haremos todo"? ¿No era el plan de Dios que Israel respondiera positivamente a su oferta? Sí, pero la respuesta debía medirse por un detalle adicional: su aceptación por parte del Señor dependía también de la intención y motivación tácita del pueblo. La motivación detrás de la respuesta: "Haremos todo" podría hacer que la respuesta fuera legalista y autof redentiva (lo que reduciría el pacto de Dios a un paito de-obras); o que fuera una respuesta no legalista, en base a que Israel aceptaba la intención y el plan ' de Dios para ellos. Es decir, en una respuesta no legalista, los israelitas se darían cuenta de su total dependencia de la misericordia de Dios cuando fallaran y de su ayuda constante para poder mostrarse obedientes.

La diferencia entre las dos posibles motivaciones detrás de la respuesta: "Haremos todo", dependía de (i) si Israel hacía lo que Dios le había pedido por medio de sus propias acciones y con la intención de obligar a Dios a concederles las bendiciones del pacto como un mérito que se habían ganado; o (2) si Israel obedecía las obligaciones del pacto por fe por medio de la gracia habilitadora provista misericordiosamente por el Señor, logrando así experimentar las bendiciones del pacto como un regalo de la gracia divina. La diferencia radica en la motivación detrás de la respuesta, tanto para el antiguo Israel, como para nosotros en la actualidad.

El apóstol Pablo afirma claramente en Romanos 9:31 y 32 que Israel procuró la justicia de manera legalista, tratando de lograr el cumplimiento perfecto de la ley por sus propios medios. Esta forma de tratar de alcanzar la justicia obviamente no hizo que Israel alcanzara los ideales y las bendiciones prescritos por la ley y prometidos en el pacto, ni que obtuviera la justificación de la ley que procuraba. "Dios los llevó al Sinaí; manifestó allí su gloria; les dio su ley, con la promesa de grandes bendiciones a condición de que obedecieran [se cita Éxodo 19:5,6]. Los israelitas no se dieron cuenta de la pecaminosidad de su propio corazón, ni que sin Cristo les era imposible guardar la ley de Dios; y con excesiva premura concertaron su pacto con Dios. Creyéndose capaces de ser justos por sí mismos, declararon: 'Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos' (Éxo. 24:7)".4

Elena de White describe de manera clara y sucinta los elementos que debemos tener en cuenta en relación con la obediencia por medio de la fe en Jesucristo, la clase de justicia aceptable a los ojos de Dios que se hizo posible mediante el pacto de gracia: "En vez de tratar de establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su sangre expía nuestros pecados. Aceptamos su obediencia. Entonces el corazón renovado por el Espíritu Santo producirá "los frutos del Espíritu". Mediante la gracia de Cristo viviremos obedeciendo la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo".5

El camino de salvación para el antiguo Israel era el mismo que para el cristiano de hoy. Dios nunca dispuso que los israelitas de la antigüedad obtuvieran la salvación por su obediencia a la ley. Los cristianos tampoco podemos ganarnos la salvación mediante la obediencia a la ley. El propósito de la obediencia a la ley no es obtener la salvación. Desde su origen, la ley se sitúa firmemente en el contexto de la gracia. El hombre o la mujer que ha sido salvado por Dios no buscará jamás vivir en desobediencia a la ley, pero la obediencia solo es posible mediante la ayuda de la gracia de Dios por medio de Jesucristo y el Espíritu Santo. En el próximo capítulo estudiaremos con más detalle la relación entre el pacto, la gracia y la ley.

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1  Elena de White, "Comentario de Elena G. de White", en Francls D. Nicho/, ed., Comentario bíblico adventista (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1992), 1.1, p. 1117.

2  Para leer más sobre el pacto que Israel hizo con Dios en el Sinaí, véase Michael G. Hasel, "Exodus".Andrews Bible Commentary, ed. Ángel M. Rodríguez (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2020), pp. 217-225.

3  John I. Durham, Exodus, Word Biblical Commentary (Waco, TX: Word Books, 1987), t.3, p. 38.

4 "Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 388.

slbíd, p. 389.